Plancha de Tenida de Primer Grado, «Construcción de espacios para mujeres»

Dic 2, 2015 | COMPARTIENDO VALORES

Compartimos la Plancha de Tenida de Primer Grado, autora: Q∴H∴ Maestra Marcela Sandoval Osorio de la R∴L∴Araucaria N°1, Chile.

Aquel mismo arenal, ELLA CAMINA
siempre hasta cuando ya duermen los otros;
y aunque para dormir caiga por tierra
ese mismo arenal SUEÑA Y CAMINA.
La misma ruta, la que lleva al Este
es la que toma aunque la llama el Norte,
y aunque la luz del sol le da diez rutas
y se las sabe, camina la Única.
Al pie del mismo espino se detiene
y con el ademán mismo lo toma
y lo sujeta porque es su destino.
(Gabriela Mistral. La que camina. Locas Mujeres)

Introducción
La historia de la humanidad ha mostrado a lo largo de sus distintas etapas cómo los seres humanos somos seres colectivos. Nos organizamos para lograr diversos objetivos, desde la sobrevivencia y la subsistencia de una comunidad hasta fines más políticos como la defensa de un territorio o la cultura y tradición de un grupo. Cuando nos organizamos vamos definiendo roles, funciones y una estructura que permita distribuir tareas y dar conducción.

Esto que describimos que puede ser perfectamente el relato sobre alguna tribu o una comunidad indígena ancestral, también es asimilable a tipos de organizaciones más modernas. Es decir, la dinámica social y cultural va definiendo formas de organización donde mujeres y hombres asumen distintas tareas por definición cultural, no natural.

Las mujeres históricamente han desarrollado sus proyectos de vida en torno a lo privado: la reproducción, crianza de los hijos, la alimentación y cuidado de la casa. Sin embargo, mujeres valientes han constituido excepciones en distintos momentos de la historia permitiendo abrir caminos insospechados. Su osadía ha logrado que en épocas más recientes podamos verlas dirigiendo un país, un ejército, una empresa o una universidad.
Como parte de esa osadía, las mujeres se han organizado construyendo espacios propios y con otros, para lograr ciertos propósitos reivindicativos o de reunión social o cultural como los clubes de lectura de principios del siglo XX. Dentro de estos espacios de mujeres la masonería femenina es uno muy particular.

Su particularidad radica en su enseñanza sin dogmas. El camino masónico es un aprendizaje personal y colectivo a la vez, a ratos muy personal e íntimo, pero acompañado de otras mujeres masonas que se reconocen como tales como hermanas. Este vínculo es sin duda un sello de su particularidad.

En Chile la masonería femenina viene enseñando desde hace tres décadas con sigilo y constancia, a mujeres que son compañeras de ideales. Pueden convivir en un espacio masónico como éste visiones políticas, religiosas y morales distintas, pero las reúne una escuela común y las guía un equipo de mujeres (la oficialidad) que va marcando una ruta de enseñanzas por etapas: nuestra orden elige mujeres, las educa, las organiza y las disciplina.

Desarrollo

“He entregado en esta tarea todo mi esfuerzo físico, espiritual y mi tiempo, en ciertos momentos con marcha acelerada […] Con amor he tratado de conducir, todo lo masónicamente posible en forma justa y democrática esta institución, que constituye un amplio camino hacia la perfección de la mujer”[1]

Las mujeres, al igual que los hombres, han construido espacios propios para su desarrollo cultural, político y espiritual en distintas épocas. El proceso, sin embargo, ha sido motivado desde sus inicios por la exclusión. Quedar fuera de lo público obliga a generar creativamente estrategias. Una de ellas ha sido para las mujeres la organización con sus pares.

Relatos históricos y crónicas periodísticas, han ido develando cómo las mujeres han doblegado esfuerzos por construir espacios que les permitan desarrollarse espiritual e intelectualmente. De estos espacios hay numerosos ejemplos: organizaciones de mujeres que buscan unirse con otras y llevar adelante sus luchas por el reconocimiento de sus derechos; organizaciones de mujeres que buscan compartir el capital cultural y volcarlo a una búsqueda creativa como las expresiones artísticas; espacios de mujeres pensadoras, académicas, investigadoras que buscan producir conocimiento teórico que analice la situación de las mujeres y proponga horizontes de análisis y de respuestas posibles para distintas disciplinas; espacios de mujeres que se unen para reflexionar sobre sí mismas, el sentido de la vida, el valor del trabajo colectivo y su aporte en la sociedad como constructoras de un presente y de un mañana, son espacios menos conocidos.

En esta última categoría la masonería femenina tiene una historia que se inicia en 1970, bajo el alero de la Gran Logia Metropolitana de Chile; mujeres visionarias como Eliana Corbalán se empeñaron en independizarse hasta que en 1983, con dos logias: nuestra Araucaria nº1 y Acacia Nº2 y el triángulo Armonía de Rancagua lograron formar la Gran Logia Femenina de Chile. Uno de sus legados fue la creación de la Logia Cruz del Sur nº6 que, emulando la experiencia de la Logia itinerante Rosa de los vientos, buscaba expandir las logias de mujeres en el país y en otros países de América Latina.

En un momento en que las libertades civiles y políticas estaban coartadas, formar una organización de cualquier tipo constituía un gesto de valentía.
Hoy gozamos de este espacio como un lugar privilegiado, donde algunas mujeres por sus características e intereses espirituales llegan a la masonería en búsqueda de un método, una enseñanza filosófica, un camino finalmente que les permita desarrollar ciertas condiciones de relacionamiento con el mundo, como la tolerancia, el respeto, la fraternidad.

También en este camino masónico hay capacidades que se potencian como la de liderar un grupo, la peculiaridad reside en que el poder liderar se nutre de varios elementos que, en otros espacios, probablemente no estarían presentes como por ejemplo, dirigir un grupo para generar cambios en la sociedad. “El proceso iniciático vivido por cada hermana da como resultado una mujer de espíritu libre que ha encontrado el sentido de su vida, fundamentado en una ética y escala de valores que está llamada a practicar siempre, probando día a día su fuerza transformadora”[2].

La importancia de construir espacios como éstos va en dos direcciones al menos. Por una parte, el perfeccionamiento individual que pone al centro la búsqueda de una mujer más virtuosa: libre y de buenas costumbres. Cómo en definitiva podemos ir modificando ciertos rasgos que nos hacen menos tolerantes cuando nos enfrentamos a una convivencia social diversa y en la que debemos aprender a discrepar con respeto y libertad. Por otro lado, este espacio masónico busca una proyección en el mundo. Las mujeres masonas no trabajan solo para sí mismas, trabajan para volcar sus aprendizajes en los distintos espacios en los que realizan su vida pública. Así, la vida profesional o laboral es un desafío permanente para las masonas pues es donde deben aplicar lo aprendido como una manera de ir cambiando poco a poco características que hacen de la sociedad en su conjunto un tejido social cada vez más anclado en principios individualistas que colectivos.

“La iniciada debe llevar en su interior los valores de libertad, igualdad y fraternidad, los valores fundamentales del ser ciudadano, de modo tal, que su actuar sea ejemplo y enseñanza”[3]. La formación masónica exige que nos detengamos en principios como la igualdad, libertad y fraternidad; que sean éstos principios rectores de nuestra convivencia social de tal modo que en nuestra mirada e interacción con el mundo prime la aspiración por una sociedad más justa.

Las masonas somos un colectivo de mujeres cuya inspiración vital es la búsqueda de la verdad, para ello contamos con una serie de herramientas y elementos filosóficos que nos permiten ir construyendo una idea de mundo y una práctica social. Quizás los desafíos que supone la sociedad contemporánea en relación a cómo conciliar mundo público/mundo privado; cómo hacer valer criterios de justicia por sobre visiones que reduzcan la libertad de elegir; cómo generar alianzas con otros grupos que vivan situaciones de exclusión o de discriminación, son desafíos que podemos interpretar desde una comprensión masónica. Las mujeres masonas tenemos mucho qué decir sobre éstos y otros desafíos actuales. Y por ello nuestro espacio es un espacio no solo de mujeres sino para las mujeres; abre una puerta para que hagamos gestos por otras mujeres. Estar atentas en otros espacios en los que participamos en la vida diaria, resguardando la coherencia entre nuestra palabra y acción más allá de las fronteras masónicas.

Conclusiones

El espacio de la masonería femenina supone un trabajo interno y una salida externa. Supone internalizar que cuando nos reconocemos como tales: como mujeres libres y de buenas costumbres, esa máxima se convierte en un sello que va definiendo el significado de haber “renacido”.
El camino espiritual y filosófico que recorrimos en masonería es una preparación para el mundo profano. Situaciones de injusticia que pueden pasarnos inadvertidas, sobre ellas la masonería nos da luces para actuar con coherencia. Es cierto que como mujeres masonas compartimos ideales comunes, pero también es cierto que la diferencia nos hace únicas. Cada una de nosotras porta una biografía, un relato, una historia íntima que la hace única. En cada biografía nuestra hay también pequeñas y grandes luchas.

“Hasta que las palabras y los conceptos en cuya creación no hemos participado incorporen nuestras voces de mujeres, hasta que el imaginario de las vidas que no hemos diseñado dibuje nuevos mapas con nuestros desencuentros y amores, hasta que el lenguaje se diga en mujer y alcance nuestros cuerpos y nombres singulares, hasta entonces y mientras trabajamos y tenemos hijos y bailamos, haremos en todas partes revoluciones profundas y pacíficas que distribuyan la alegría del reconocimiento”[4]. Esta alegría del reconocimiento es lo que quizás aún no podemos disfrutar en este país y el continente entero, pero vamos bien encaminadas.

Es importante apreciar en la menguada presencia de mujeres en el Congreso (15%), en directorios de empresas, en el gabinete ministerial, a la cabeza de organismos internacionales, y en muchos otros espacios públicos, la posibilidad de un avance, porque son cifras para no aplaudir, son cifras para no conformarnos y alentarnos a seguir. No queremos el grito de las argentinas cuando reclamaban “Ellas en las luchas, ellos en los cargos” cuando se discutía la ley de cupos en el Parlamento, queremos poder hacer de este mundo un horizonte posible para las que estamos en plena ruta y para las que recién comienzan a dar sus primeros pasos.

Nuestro trabajo masónico nos enfrenta al mundo mirando ese horizonte posible en busca de más igualdad. Las mujeres todas transitamos en mundos y espacios diversos, somos constructoras incansables, caminantes de la vida que alternamos entre la compañera, la hermana, la maestra, la madre, la niña, la hija, la estudiante, la aprendiza, la amante, como diría Mistral: somos LA QUE CAMINA, SUEÑA Y CAMINA.

[1]Eliana Corbalán. Cuenta administrativa de la Gran Maestra Eliana Corbalán Barbier correspondiente al periodo 1986-1995, al término de su mandato. Santiago, junio de 1995.
[2] Entrevista a la Gran Maestra Susana González Couchot. En: Revista de la Gran Logia Femenina de Chile N°30 Segundo semestre 2013. Pp. 5-6.
[3]Silvia Fazzini Cooper: “La búsqueda espiritual y el compromiso ciudadano ¿Cómo conciliarlos?”. En: Revista de la Gran Logia Femenina de Chile N°30 Segundo semestre 2013. Pág. 19.
[4]Diana Maffia. “Universal y Singular”. En: Ñ Revista de cultura n°13 (23.06. 2007). Buenos Aires, Argentina.

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